A veces pienso que hay palabras, acciones o expresiones más grandes o pesadas que otras. Por ejemplo, la escritura. Escribir, en el sentido amplio de la palabra, me suena a una acción grande, miedosa, imponente, desafiante, importante, casi inasible, o al menos fue así como me la pintaron durante toda la vida.
En el caso del dibujo, la historia es completamente diferente. El dibujo siempre se planteó como un terreno de juego y de experimentación, como la máxima expresión de la niñez, de la curiosidad y la creatividad innata de las niñas, algo muy orgánico y natural.
Ahora, cuando la niñez se siente lejana, no es nada raro encontrarse con invitaciones a conectar con la niña interior, la niña creativa o la niña que dibujaba. Pues todas hemos dibujado en algún momento, hemos inventado historias con colores, pinturas, crayolas y todo lo que nos pusieran al frente para dibujar. Pero, ¿por qué no podemos hablar igual de la escritura?
Técnicamente sí podríamos decir que hoy, en pleno siglo XXI, todas hemos escrito en algún momento o, por lo menos, todas quienes están leyendo esto. Todas hemos escrito pero nunca lo hemos tomado como un hecho, nunca hemos sido escritoras aunque lo primero que usáramos en el colegio fuera papel y lápiz para escribir. Todas hemos escrito, pero solo por necesidad, nunca por diversión, solo para tomar notas en clase, hacer tareas o, entrados los años, hacer la lista de mercado.
Para mí es un gran enigma el hecho de que nunca nos hayan invitado a conectar con la escritura de forma creativa o explorativa, me genera cierta incomodidad y envidia (de la buena), pensar que solo algunos afortunados tuvieron una curiosidad mayor y se atrevieron a adoptar la escritura como práctica, siendo esta una herramienta útil para conectar con el interior y todo lo que nos rodea. Somos hijas de un sistema educativo en donde la escritura se plantea como una herramienta académica, una forma de probar nuestra capacidad argumentativa o de análisis, ignorando profundamente el potencial creativo y terapéutico de esta.
Crecimos con la idea de que si escribimos es para ser escritores exitosos, con una visión de la escritura como una disciplina rígida y compleja, que no permite juego o error, nos hicieron creer que todo lo que escribamos está dispuesto a ser leído por el público, a ser juzgado y corregido. Creo que existe una enorme necesidad de reivindicar la escritura como ejercicio íntimo y personal, como terreno de juego y exploración interna.
Por fortuna, cada vez se popularizan más las prácticas de escritura como el journaling, en donde se adopta la escritura como hábito diario para se dejan fluir los pensamientos y acercarse a una mayor claridad mental.
Si estás leyendo esto, te invitamos a que no lo pienses mucho y tomes un papel, un lápiz y empieces a escribir. Es el momento de reconciliarnos con la hoja en blanco y con las palabras, y empezar a reconocer lo que hay dentro de nosotras, sin presión y sin expectativas. Empecemos a ver la escritura como práctica personal e íntima.