Llegar a la meta. Y a la siguiente. Y luego fijar una nueva. Llegar antes que los otros, ser la primera. Comprar las cosas que sueño, cambiarlas cuando no me funcionan más. Tener nuevas necesidades y atender a ellas, acumular, sumar éxitos, construir una torre de triunfos, colgar una repisa en la pared y organizar uno a uno mis trofeos. Exhibirlos, colgarme las medallas más llamativas que he conseguido, hacer una pila, una montaña más grande que mi propia altura, que demuestre lo que soy. Y lo que he conseguido. Y lo que valgo. Y lo muy por encima que estoy de otras.
Acumular.
Llenar el vacío.
No dejar espacios huecos.
Huírle.
A toda costa.
Al vacío.
Sinónimo de inútil, carente de sentido, falto de alma, de identidad, en el vacío no hay nada a qué aferrarse, ¿verdad?
Horror vacui es una expresión latina que significa “miedo al vacío” o “terror al vacío”. En el arte, el horror vacui está relacionada con cubrir toda la superficie en blanco de las obras y con la necesidad de una excesiva ornamentación o decoración para dotar de sentido y de valor una obra. Tengo la impresión de que el horror vacui ha logrado conquistar e invadir otras áreas de nuestra vida para que logremos serle útil al sistema actual.
Con un miedo infinito, injustificado y casi enfermizo a la nada, invierto mucha parte de mi energía y de mi tiempo buscando coleccionar cosas que me permitan ocultar el espacio vacío que llevo dentro, busco ocultar la nada y hacer que desde afuera no se perciba ni el más mínimo huequito. ¿Pero qué pasa si todas esas cosas con las que estoy llenando la nada, no son realmente las cosas que quiero tener en mi vida?
Cada vez estoy más convencida de que la vida me está obligando a habitar la nada, a vaciarme de ideas, expectativas, exigencias, lealtades, creencias y presiones para permitir que el vacío me colonice, así podré transitar el espacio infinito que se abrirá frente a mí una vez suelte todo el peso que, además de taparme la vista, le está haciendo daño a mis articulaciones.
El espacio que habito no son los ladrillos de las paredes de mi casa, no son las columnas, ni las vigas, es el espacio vacío que se genera entre ellas, es esa nada la que crea el espacio que me permite moverme y bailar, que me acoge y me alberga, el espacio en donde puedo crecer, desarrollarme como yo quiera, es el espacio vacío el que me permite traer invitados y disfrutar una tarde con ellos. Es el espacio vacío en la mitad de las cosas, lo que nos permite el movimiento que acarrea la vida misma. La vida no puede existir en confines inmediatos a nuestra piel, el espacio vacío tiene que existir para que la vida se dé. Una semilla necesita espacio debajo de la tierra para que sus raíces crezcan firmemente y permitan la vida de una planta, así como un río necesita abrirse camino y espacio entre las montañas, cava la tierra y erosiona las laderas para encontrar el espacio vacío que lo deje llegar al mar.
En la nada todo crece, en la nada todo cabe. Si estoy llena de cosas nada nuevo puede entrar. La nada me está invitando a disfrutarla, dejando que todo lo que llegue pase. Me están obligando a quitarme de encima un montón de capas que me exigen ser determinada persona, para convertirme en un camaleón que vive en la nada y navega todo con sabiduría, con aceptación, de manera versátil y dinámica.
A veces creo que mi mente está corriendo una carrera para encasillarme, para definir lo que soy y dejarme embalsamada. Mi mente quiere obligarme a decidir si soy artista, ilustradora, arquitecta o emprendedora, si mi vida es en España o el Colombia o si me gusta más el dulce o lo salado, la mente me está gritando todo el tiempo: “Todo o nada” y la vida me está diciendo que la nada está bien. En la nada todo cabe, en el vacío existe espacio para todo.
Y por “nada” o por “vacío” no quiero decir estéril, inerte, falto de vida o de movimiento, quiero decir ese espacio en donde hay tan pocas certezas que todo es posible. Este espacio fértil e infinito que quiero habitar para que todo sea posible.