Es un lunes de otoño en Madrid, hace frío. Me siento en mi escritorio, prendo mi computador, creo un documento en blanco y mi pensamiento es este: “Voy a escribir algo sobre creatividad, voy a empezar buscando su definición, voy a investigar un rato para definir los puntos que quiero tocar y luego empiezo a escribir”.
Paro un segundo y reviso lo que acabo de decir, prestando atención a cada palabra y preguntándome el sentido de la frase que mi mente acaba de fabricar. Caigo en cuenta de algo, y ahí empieza todo.
La creatividad es inherente al ser humano, todos la tenemos, es parte de nuestra naturaleza. Si quiero hablar de creatividad tengo que encontrármela de frente, y la buena noticia es que la tengo muy cerca, solo necesito ver con ojos curiosos hacia adentro.
En este punto de la escritura de este texto, solo tengo la certeza de que la creatividad existe en mí y se ve así:
Hay un germen en cada cosa que me rodea, en cada persona que miro a los ojos, en cada inhalación y exhalación de mi cuerpo. Hay un germen en cada experiencia que tengo, en cada paso que doy con los ojos bien abiertos, en cada cosa que llega a mí por medio de mis sentidos. La metabolización de ese germen, para convertirlo en una idea tangible, puede ser muy fácil o muy difícil, todo depende de qué tanto me dejo tocar por la creatividad, cómo me relaciono con ella, cuánto dejo que se acerque a mí, cuánto la juzgo, cuánto la cohibo o qué tanto la dejo fluir sin prejuicios o exigencias, ahí está la clave.
Habitar la creatividad es dejar crecer las ideas desde que son ese pequeño germen, cuidarlas, cultivarlas y alimentarlas libremente hasta que ellas solas caminan hacia nuestras manos para ser materializadas. Esta transformación, como cualquier otra, es un proceso natural que se da de forma orgánica, aunque requiere energía y atención. Como bien decía Picasso, “La inspiración existe pero tiene que encontrarte trabajando”, pasa lo mismo con la creatividad.
No creo que existan personas “no creativas”, creo que existen personas desconectadas de su creatividad, de su lado intuitivo y creador. En una era en donde todo va a una velocidad que ni siquiera entendemos, a la que mucho menos le podemos seguir el ritmo, en donde todo es y debe ser cuantificable en función de productividad, prestación económica, impacto social, rendimiento, eficiencia, y muchas otras variables, la creatividad se puede encontrar amenazada por este afán y exigencia sistemática de nuestra sociedad. En un contexto en donde cada vez la individualidad se diluye más a medida que nos fundimos en nuestro entorno y el deber ser, ¿dónde queda la creatividad? Nos estamos olvidando del hacer por disfrute, del ensayo-error por placer, del caminar sin rumbo alguno, del deambular por nuestros entornos para descubrir nuevas curiosidades y eso puede estar matando nuestra creatividad.
La creatividad es eso que usamos para resolver preguntas, problemas o desarrollar proyectos e ideas que tenemos en mente, es lo que nos permite encontrar nuevas rutas para dirigirnos a diferentes lugares, conectando en el camino con nuestro ser más auténtico.
Habitar la creatividad es entender que las ideas son perfectas y válidas, que hay que tratarlas bien y encontrar, cuidadosamente y en conciencia, por dónde se abordan. Para descubrir cuál es el alcance verdadero de nuestras ideas debemos dejarnos inundar de creatividad, nutrirnos de nuestro entorno y confiar en que somos terreno fértil para la metabolización del germen correcto.
La creatividad está al otro lado del miedo, del deseo de control, del prejuicio, la creatividad está justo al lado de la libertad y la autenticidad.
Canción recomendada: Así de Grandes Son las Ideas, Calle 13